Isaac Risco - Agencia DPA
BRASILIA Y RÍO DE JANEIRO.- Las palabras de Dilma Rousseff parecían por momentos evocar ya un legado político cuando mencionaba ante el Senado de Brasil los logros impulsados por su Partido de los Trabajadores (PT) en la última década.
“Lo que está en juego son las conquistas de los últimos 13 años”, decía Rousseff en la que fue probablemente su última intervención como Presidenta ante el hemiciclo, horas antes de que el Senado decida definitivamente sobre su destitución.
La previsible caída de Rousseff significará también el adiós temporal del Gobierno tras más de 13 años para uno de los partidos de izquierda más icónicos de la última década en América latina, sumido ahora en el descrédito y rodeado de sospechas de corrupción.
Los tiempos han cambiado para el PT desde su fulgurante ascenso de la mano del ex presidente Luiz Inácio Lula da Silva.
Motor político del “milagro económico” que convirtió a Brasil en potencia emergente tras la primera elección de Lula en 2002, el partido surgido en 1980 de agrupaciones sindicales y círculos cercanos a la Teología de la Liberación fue durante años también un referente para la izquierda más moderada en la región.
El pragmatismo de Lula, contrastado por muchos con el populismo confrontativo de Hugo Chávez en Venezuela, sacó a casi 40 millones de brasileños de la pobreza y catapultó a Brasil a un pico de crecimiento económico del 7,5% en 2010, en gran parte gracias al tono conciliador de Lula con las élites económicas. En los últimos años, sin embargo, el desgaste del PT ya era evidente.
El partido obrero está salpicado por la trama corrupta en torno a Petrobras, que hundió los resultados del gigante petrolero semiestatal con pérdidas de unos 34.800 millones de reales (unos U$S 10.700 millones) en 2015.
Al lado de agrupaciones tradicionales como el centroderechista Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB) del actual presidente interino, Michel Temer, el PT es una de las formaciones políticas más manchadas por la investigación en Petrobras, bautizada por la policía como “Lava Jato”.
En observación
También Lula está en la mira de los investigadores. La Policía Federal inculpó recientemente al ex presidente y a su esposa por haberse beneficiado presuntamente de favores de una constructora, con un apartamento de tres pisos, a cambio de un trato preferente en las licitaciones de Petrobras.
Lula niega las acusaciones. “No temo ninguna investigación”, aseguraba el ex mandatario de 70 años en una reciente carta enviada a la ex presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner.
“Si la Justicia es imparcial, las acusaciones contra mí nunca prosperarán”, escribía Lula, que se despidió del cargo, en 2010, con una popularidad de más del 80%, y que amaga con volver a presentarse a la presidencia en 2018, para devolver a su partido al poder tras la destitución de Rousseff.
El PT, sin embargo, tendrá que hacer mucho para recuperar su imagen. “Lula y Dilma deben estar en la cárcel”, decía a la agencia DPA, en Brasilia, Ana Priscilla Azevedo, una brasileña de 32 años que participó en la manifestaciones contra Rousseff antes de la comparecencia de la mandataria en el Senado.
Aunque Dilma no está acusada personalmente en ninguna investigación, muchos consideran que la ex ministra de Minas y Energía y jefa de Gabinete de Lula tenía que estar al tanto de la corrupción en la última década en Petrobras.
“¡PT, ladrones!”, coreaban también los manifestantes en Brasilia. El eslogan favorito de los opositores es una frase de una conversación telefónica entre Rousseff y Lula interceptada por la Justicia en el marco de sus investigaciones y difundida luego en los medios. “Chau, querida”, se despedía ahí el ex presidente. (DPA)